martes, 16 de diciembre de 2014

Origen de un escritor - entrevista a Reinaldo Edmundo Marchant por Ariel Fernández

tapa del libro El lugar donde la Nube Paraba - Reinaldo E. Marchant,
editorial Amanuense

 













(Santiago de Chile) Ariel Fernández



Agito la antigua fotografía, portada de esta entrevista. Observo a aquel niño de año y medio. Junto a su mascota, posando como parte de la familia. Impresiona la precariedad. Los zapatitos. Ropa básica. Pantalón corto. Que envuelve al pibe de mirada serena y honda, acaso misteriosa, dando a entender que se llama Reinaldo Edmundo Marchant, que a nada teme. Y que no le importa lo que lleva puesto. Lo suyo está adentro. Quizás en el corazón. O detrás de esa mirada tranquila, punzante, dirigida a modo de desafío al destino que le tocó.

La imagen nos lleva al pasado. Principio de los sesenta. Nos lleva, por sobre todo, al charco. Zona donde nació y se crió quien sería uno de los principales creadores chilenos de las últimas generaciones.




-¿Qué sientes al ver esa fotografía?- indago.

-Felicidad…-sonríe con placer.

-¿Felicidad?

-La expresión de ese niño es templada, de combate, no de enojo, de que "los de abajo no se rinden". Hasta mi perro, el Barry, se halla en postura definida, dejando su huella para la posteridad… ¿O no?




Toma la fotografía y la acaricia con la vista. En ningún instante deja de sonreír.



-¿Usted piensa que debería sentir tristeza? me consulta. Asiento-. A mis amigos les digo que si no hubiera sido un culisucio no hubiera conocido a Presidentes de la República ahora suelta una contagiosa carcajada-. Realmente tuve una infancia feliz porque soñaba e imaginaba en cosas que, a veces, me avergüenza señalar…


- Qué asunto, por ejemplo.

-Que alguna vez, en algo que valía la pena, iba a utilizar el apellido Marchant de mi madre… En gratitud por todo lo hizo y regaló a sus hijos.

-¿Se lo contaste a ella?

-No. No soy de contar las cosas que haré. Y no soy de demostrar las cosas que he hecho. Esos temas lo trato con el Mister (Dios), tomo fuerza, y persevero.

-¿Y al "Mister" nunca le has reclamado por venir de esa condición social?

- Se lo he agradecido. Es hermoso salir de ahí y lograr cosas que muchos chicos hartados de bienes nunca se aproximaron. Además, ese camino pantanoso me llevó a conocerlo en mis más tempranos días. Y eso fue un premio que no estaba en mis planes. No sé si le respondo la pregunta…







El motivo de la nota es la publicación de su última obra, "El lugar donde la nube paraba", un conjunto de relatos donde, por primera vez, deja entrever de manera explícita su amor a Dios. Pero lo suyo no es fanatismo. O asunto meramente clerical. Hay una razón más bella y…¡dramática! Esa de un niño semi huérfano, pobre, que nació en un lugar despoblado, sin agua, luz, baño, y que de tanto contemplar las estrellas se fue haciendo amigos de los paisajes y de Cristo.

Al igual que la gratitud hacia su madre, quiso corresponder con textos la amistad que ha sentido de Dios.




Ojeó el libro.



-¿Te gustó cómo quedó? pregunto.
- ¿El libro? Apruebo-. Más o menos. Me gustaría crear otras cosas más …bonitas…


-¿Más bonitas?
-Es lindo tener esos deseos, hacer cosas bonitas y resume-. Lo bonito sólo se supera con algo más bonito. A veces todo es muy feo. Por ello es bueno procurar lo bonito. No importa que no se consiga, como puede ser el caso de los relatos que tiene en la mano señala, humilde.





Cierro el libro. Lo agradece. Comenta que le desagrada ver sus libros. Que una vez que los escribe no los lee más. Cambio de tema. Lo llevo a esa niñez que, según los especialistas, está la fuente de lo que seremos cuando crecemos.

-¿Qué imagen recuerdas o te impacta de ti cuando eras ese pibe que aparece en la imagen?

-Por una razón que nunca entenderé, apenas mi madre partía al trabajo, al despuntar el día, bajaba sigilosamente de la cama, abría la puerta y me sentaba en una piedra, con las dos manos abiertas apoyando mi quijada. Desde ahí, miraba con un deleite que no puedo describir el corazón extraordinario del amanecer. Toda precariedad material quedaba empalidecida por aquello magnífico que observaban mis ojos. Esa imagen, a menudo la evoco y, creo, me retrata entero.

-En un lugar pobre…

-Muy pobre. Yo nací en lo que se conoce como "población callampa", sinónimo de villa miseria de Argentina, Cantegril de Uruguay, o favella de Brasil.

-¿Cómo era el lugar?
-Desolado. Con escombros. Sin agua ni luz. Sin piso ni baño. Esa fue mi cuna de nacimiento, la geografía y la patria que me recibió y resume, siempre riendo-. ¡A toda honra!


-¿Recuerdas lo que pensabas sentado en esa piedra?

-Sí. Esos asuntos, tal vez por lo conmovedores, quedan flotando para siempre en lo más profundo de la emoción humana. Yo era consciente de la carencia, no así de la miseria. No me sentía un niño vulnerable, aunque nunca recibí un juguete para mi cumpleaños o en navidad, por dar un ejemplo. Tampoco sentía pena. Creo que no lo necesitaba. Aprendí a contemplar la sublime belleza de las estrellas y de la luna, ahí estaban mis juguetes, mis amigos: la luz y el agua que faltaba en la tierra, llegaba desde lo alto, en eso pensaba… Y me era suficiente.

Lo quedo mirando con ojos estupefactos, esperando que bajara una lágrima, nada. Sonríe. Contagia su actitud. Hay en él una hombría e ingenuidad que llama la atención.




-La belleza de alto…-susurro, casi para mí.
-La belleza de abajo continúa-, de la tierra, jamás se acercará al universo perfecto. Mis primeros amigos fueron los colores, las imágenes, las aves, luego vienen los terrícolas suelta otra carcajada-. A los niños les enseño a contemplar la eclosión de maravillas que, a modo de tesoros, danzan frente de nosotros. Si un niño aprende prontamente a amar las sombras de un álamo, jamás aniquilará un árbol. Si le enseñas a amar la Naturaleza, respetará con la mejor humanidad a las personas.






 

¿Qué opinan ellos?

- Algunos recogen el guante. Pero todos se quedan pensativos, y eso importa, que piensen. Es bonito enseñar a pensar, contemplar e imaginar. Ya ves, sigo luchando contra lo imposible…

-¿No te agota?

-Es bello hacerlo. No soy de repetir monotonías. Sé que el Mister me acompaña en esto. A veces me deja solo. Pero insisto y Él regresa. Debo ser muy porfiado…





El futuro escritor viviría dos años en ese lugar despoblado. Enseguida vendría un largo periplo: se mudaban constantemente de casa. Su enseñanza básica de ocho años la cursó en cinco establecimientos distintos. Dice que hasta eso fue bueno: pudo conocer muchos amigos y profesores, con sus distintas personalidades y formas de ser. Que aquello le ayudó a conocer más a la raza humana. Y muchas realidades.

A los diez años recaló en San Miguel. Ahí recibió el aprecio de un profesor que no olvidaría jamás: Roberto Urtulla.




-¿Guardas buenos recuerdos de maestros?

- Sí, muchos. De varios.

- Hay alguno en especial…

- Don Roberto Urtulla. Lo conocí en la escuela República de Haití y me llevaba de alumno "oyente", un curso más arriba, por la tarde, a la escuela Hermanos Matte, que estaba frente del Zanjón de la Aguada. Ambos colegios todavía se mantienen. Y la suciedad de ese canal, ahora, corre por unos tubos bajo la tierra. Antes lo hacía a tajo abierto.

-¿Debías cruzar ese sucio canal de la Aguada?

-Claro. Lo hacía muy temprano y lleno de alegría. Recibir el amanecer sigue siendo un encanto para mí.

-Cuando ganaste el año 1988 el Premio de Novela Andrés Bello, escribiste una nota a tu profesor Roberto Urtulla.

-Soy de agradecer todo, hasta lo mínimo. Eso me lo enseñó mi madre.

-¿Tienes esa nota?

Me la entrega. Me autoriza a publicarla. Aquí va:







16 de octubre de 1988





Querido Profesor Roberto Urtulla:

Esperé que pasara algo del ruido que me ha ocurrido la semana anterior para escribir esta nota con mi absoluta emotividad. Acabo de recibir un honor, el Premio de Novela Andrés Bello, asunto que jamás imaginé ni busqué. Sucedió apenas días después del histórico Triunfo del "NO". Cuando me comunicó la noticia don Enrique Lafourcade, quedé un instante en silencio, no sin palabras ni acción, y pensé en mi madre y en usted. Recordé todos esos días difíciles pero felices, cuando atravesaba la Línea y el Zaguán - yo lo llamaba el Charco-, solito con mis cuadernos y libros camino a la Escuela. Muchas veces me detenía en esos pastizales, porque veía una flor encantadora o brincaba repentinamente un palote, y ahí me encontraban compañeras y compañeros, a quienes nunca develé mi secreto. Sin usted, sin esas enseñanzas que brindó al niño modesto de arrabal que era yo, sin aquel afecto y su ejemplo, nada de esto hubiera ocurrido, porque si algo debo agradecer a ese Premio es, precisamente, que me ofrece la posibilidad de decir que su corazón generoso marcó con estrellas mis sentimientos. Don Roberto: el día que me otorgaron esa distinción, rodeado de prensa y personalidades, llegué y regresé con su imagen en mis pensamientos, nada me importaba que aguardar un poco de paz y escribir una nota de su estudiante agradecido, el adolescente que los días lunes izaba la Bandera, que salía al pizarrón sin complicaciones y que, como solía decirme, aprendía con una sonrisa en los ojos.

Entrañable Profesor: sé que vendrán días difíciles, mucho más de los que he experimentado. Ignoro dónde llegaré. Sólo me nace asegurar que me levantaré de las caídas y continuaré, hasta que suene la campana de recreo. Me pone contento saber que en este recorrido, la pedagogía de su voz será el resplandor que ilumine esas tardes que soplan bruma. Con esa corteza me defenderé y avanzaré, de tanto en vez a alguien le contaré algo de mi Maestro, lo haré con la misma emoción que ahora tiene mi corazón.

Reciba un gran abrazo y mi gratitud eterna.




Reinaldo Edmundo Arriagada Marchant




P.S. Ya ve, he puesto todo mi nombre, largo como un racimo de bananas, que tanta curiosidad le generaba a usted.






-¿Qué te dijo cuando se la entregaste?

-¡Yo no se la pasé directamente! Sentí que no era necesario hacerlo. Un amigo le llevó la carta.

-¿Se comunicó contigo después?

-No. Pero me envió con mi amigo unas palabras escritas muy hermosas.

-¿Las recuerdas?

-Sólo el comienzo, que decía: "Hijo, presentía que tendría noticias tuyas y sabía que harías lo que estás haciendo".

-Te conocía bien.

No contesta. Sólo sonríe. ¡Bah, siempre sonríe!


(c) Ariel Fernández
Santiago de Chile




Ariel Fernández, escritor, ensayista, ex Vicepresidente de la Sociedad de Escritores de Chile, autor de diversas antologías de poesía y narrativa, director de talleres literarios, ha formado parte del Instituto de Cultura Chileno Argentino, y actualmente forma parte del directorio del Teatro Cariola.


En el blog de narrativa se publicaron dos cuentos del último libro de Reinaldo Edmundo Marchant, Nube y Luz, publicado por la editorial Amanuense (Santiago de Chile)

http://www.archivosdelsurnarrativa.blogspot.com.ar/2014/12/reinaldo-edmundo-marchant-nube.html

http://archivosdelsurnarrativa.blogspot.com.ar/2014/12/reinaldo-edmundo-marchant-luz.html